lunes, 15 de julio de 2013

caso poggi

Caso poggi 


A principios de 1986, una ola de paranoia inundaba Lima. En los basurales aparecían piernas y troncos de mujeres, así como cabezas desfiguradas. Los diarios titulaban sus números «¡El Descuartizador de Lima!». Se le responsabilizaba de al menos 7 asesinatos.
El jueves 6 de febrero de 1986, la policía finalmente atrapó a un sospechoso, Ángel Díaz Balbín (1959-1986), un joven de 26 años.1 En un momento del interrogatorio, Díaz Balbín alegó sentirse «paranoico». Entonces la policía mandó llamar a Poggi para que verificara la patología.
Al día siguiente (viernes 7 de febrero), Poggi ―vestido como siempre de manera estrafalaria― ingresó al antiguo local de la revista Caretas (en el jirón Camaná, del centro de Lima) y pidió hablar con Jorge Negro Salazar, redactor de policiales. «Vengo de estar con el descuartizador de Lima. Soy Mario Poggi, soy psicólogo de la PIP, si quieren los llevo para que vean cómo hipnotizo al asesino y lo hago confesar sus espantosos crímenes».

En 1991 Poggi salió de la cárcel. Se convirtió instantáneamente en una celebridad. Fue invitado a cuanto programa de TV estuviera falto de rating y ávido de una presentación bizarra.
En 1997 logró publicar su autobiografía, en una pésima edición con letras verdes, llena de errores ortográficos, tipográficos y de edición ―según la editorial, para respetar el mensaje original―. Luego de un capítulo inicial con citas delirantes, algunos pasajes de su vida ―donde mezcla personajes populares con personalidades de la cultura limeña―, y un capítulo final con sus dibujos y con las críticas de arte hechas a sus esculturas.
Ha sido psicólogo, escultor y humorista, también vendedor, profesor y actor. Mario Poggi Estremadoyro pasó a la historia del crimen peruano un 9 de febrero de 1986, cuando mató a su paciente Ángel Díaz Balbín, sospechoso de ser el psicópata descuartizador que había aterrorizado Lima ese verano. De esto hace 25 años. Aquí su lúgubre historia.
A Mario Poggi se le puede ver caminando por el malecón chorrillano -o lo que queda de él- o auscultando los parques de Miraflores casi a diario. El rostro de Ángel Díaz Balbín lo lleva en la frente, como una imagen grabada con brutal violencia. Para él, ese sujeto que 25 años atrás acusaron de asesino en serie –habría dispersado troncos, cabezas y piernas por distintas partes de Lima- fue un ser diabólico que no podía seguir viviendo.
Poco más de dos meses antes del asesinato, el 5 de diciembre de 1985, había empezado la zozobra en la capital. Ese día se hallaron en San Borja los primeros restos humanos, que semanas después identificaron los agentes de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú): eran de Mirtha García Flores, una prostituta de 26 años que había desaparecido de la avenida Arequipa, donde trabajaba, por las inmediaciones de Lince.
Luego sobrevendrían otras partes humanas descubiertas en acequias y basurales de Lima, hasta que el 27 de enero de 1986, un sospechoso dejó una bolsa extraña en una calle de Surco. Era un tronco femenino al que le faltaba la pierna y el brazo derechos.

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